Ha sido conmovedora la despedida de Su Santidad en medio de vítores, de aplausos, de lágrimas y de voces entrecortadas. Ha quedado claro el significado de su renuncia: hacer la voluntad de Dios, que le pide –al faltarle las fuerzas físicas- que le siga ayudando pero de otro modo, con el aporte invalorable de la […]
Por Genara Castillo. 11 marzo, 2013.Ha sido conmovedora la despedida de Su Santidad en medio de vítores, de aplausos, de lágrimas y de voces entrecortadas. Ha quedado claro el significado de su renuncia: hacer la voluntad de Dios, que le pide –al faltarle las fuerzas físicas- que le siga ayudando pero de otro modo, con el aporte invalorable de la oración.
¿Cómo hace la gente que no tiene fe para entender el valor de la oración y de hacer la voluntad divina? En un mundo donde lo que priman son los resultados medibles, tangibles y la imposición de la propia voluntad, ¿cómo descubrir la importancia de lo intangible y de hacer la voluntad divina que no es la propia?
El ejemplo elocuente de Su santidad nos ofrece la posibilidad de hacer ese descubrimiento y valoración. Es como si nos hubiera dicho: en la vida cristiana lo más importante no es hacer lo que uno quiere sino lo que quiere Dios y, precisamente, para saber cuál es ese querer hay que hacer oración. La oración es conectarse con Dios desde lo más íntimo de uno mismo y, en esa conexión, reconocer Quién es él y su gran amor por nosotros; como consecuencia se desprende el preguntarle cuál es el sentido personal de nuestra vida y poner en marcha todo lo que somos y tenemos para cumplirlo.
El valor de la oración y de la Voluntad divina son dos enseñanzas claves en este adiós. Junto con ello, nos ha dado ejemplo de humildad, de anonadamiento, de un olvido de sí. Por eso, su Santidad ha aclarado que no volverá: a ser conferencista ni a viajar ni a su vida “privada” anterior, sino que se dedicará totalmente a la oración.
Su Santidad nos ha explicado a todos lo que es el amor, la entrega incondicionada a Dios, a hacer su voluntad. Es como si nos dijera a todos: Dios se lo merece. Se merece el poner a sus pies la propia inteligencia, la propia voluntad, para hacer la suya y, en este caso, para orar por la Iglesia, por nosotros.
La oración de Su Santidad es muy necesaria para un mundo como el nuestro que, según nos lo había recordado en varias oportunidades, necesita conversión y una conversión que empiece con la inteligencia. Necesitamos una nueva relación con la realidad, con los demás, con el universo.
Los fieles católicos hemos reaccionado con agradecimiento y admiración ante la entrega abnegada de un Papa que pone por delante la primacía de la Voluntad divina respecto de su Iglesia, a su magisterio tan luminoso, en la que se ha manifestado su personalidad tan extraordinariamente inteligente. Siempre se excedía en cuanto a su inteligencia y a su voluntad.
En este sentido, en el excederse generosamente, él nos ha recordado que no soltará la Cruz, sencillamente porque siempre la ha cargado amorosa y silenciosamente, hasta en los menores detalles.
Recuerdo que hace aproximadamente un año, un miércoles me dirigí a la Plaza de San Pedro aún sabiendo que era posible que el Papa no se apareciera a rezar el Angelus como decían algunos medios de comunicación. Mientras esperaba, algunos peregrinos comentaban que también habían ido porque sabían que el Papa haría hasta lo imposible para superar toda indisposición y salir a rezar con los fieles. Al poco tiempo, vimos que aparecía el Papa en la ventana para rezar con nosotros, para darnos las claves para vivir la Cuaresma, para bendecirnos y despedirse sencilla y cariñosamente.
Seguiremos unidos a él, con inmenso cariño y gratitud. Por esa entrega, por esa sabiduría y sencillez, por todo lo que nos ha dado le decimos ¡Gracias, infinitas gracias! El mundo tiene ahora este testimonio heroico para saber qué o quién es lo más importante y cómo hay que hacer la Voluntad de Dios y ser fiel a Él en todo lo que nos pida.